20 años de la última razzia a un boliche de lesbianas en Buenos Aires

Veinte años puede ser mucho tiempo o muy poco. En la vida de una persona, es muchísimo. En la historia de los movimientos sociales que protagonizan procesos históricos de cambio, no es tanto.

pasaje dellepiane

El Pasaje Dellepiane.

Veinte años. Yendo para atrás, nos lleva a mediados de los noventa. A su medio exacto: 1995. El 15 de abril de 1995 tuvo lugar la última razzia en Buenos Aires contra un boliche de lesbianas. Viendo cómo estamos hoy, en términos sociales, políticos, culturales y también legales, es mucho lo que anduvimos en estos veinte años.
Boicot era una disco exclusiva para lesbianas que quedaba en el Pasaje Dellepiane, a la altura de Córdoba al 1600, entre Viamonte y Tucumán. Pleno centro de la capital federal. En la misma cuadra estaba Tasmania, un bar hermoso, cálido, que acogió las noches de muchxs de nosotrxs en la comunidad gltb que queríamos un lugar con música pero donde se pudiera hablar y besarse sin que te molestaran. Fueron años donde, además de las discos, había muchos más bares y pubs gltb que ahora, algunos legendarios. Tasmania abría antes que Boicot y cerraba más tarde, ya de mañana. Lxs que estábamos en el bar toda la noche veíamos la oleadas de lesbianas que pasaban a tomar algo antes de ir a bailar y las que venían a desayunar cuando el boliche cerraba. El pasaje empedrado prácticamente no tenía tránsito de autos, de manera que la gente se amontonaba a charlar y hacer tiempo en las veredas del bar y de la disco.

El 15 de abril hubo una razzia policial. Todavía las había con cierta regularidad en los boliches gays y en los que eran para gays y travestis (no todos los boliches gays permitían la entrada a travestis). Esta, sin embargo, tuvo de especial que sería la última para las discos de lesbianas en Buenos Aires, que luego funcionaron con mayor o menor suerte económica pero sin la amenaza policial (aunque con coimas mediante, siempre hubo coimas). Prácticamente no hay ningún documento, informe o memoria de este incidente. El único lugar donde se puede leer lo que pasó esa nochtarjeta Boicote es el informe que Alejandra Sardá preparó sobre la situación de las lesbianas en Argentina como parte del libro Unspoken rules. Sexual Orientation and Women’s Human Rights, que la Comisión Internacional de Derechos Humanos de Gays y Lesbianas (IGLHRC, por sus siglas en inglés) publicó en 1997*. Algunos otros reportes de violaciones de derechos humanos de esos años mencionan el hecho pero lo hacen citando este informe de Alejandra.

La policía cayó en la disco y arrestaron a 10 lesbianas. El informe se basa en lo que contó Mirta Molinari, que estaba presente. Ella había sido activista de SIGLA y luego se había apartado, formando otro grupo que se llamó Integración Lésbica. Este grupo se dedicaba sobre todo a los talleres de reflexión y a la socialización y fue de duración más bien corta. Mirta Molinari, con su mirada entrenada de militante, reportó que la policía seleccionó especialmente a las que le parecieron más jóvenes y más pobres, las que suponían que tendrían menos recursos para defenderse. Al buscar a las jóvenes la intención era doble: si hubiera habido alguien menor de 18 años, se habría podido clausurar el local. Todas eran legalmente mayores de edad.

Las retuvieron durante tres horas, sometiéndolas a burlas, abuso verbal, y amenazándolas con revelar a la prensa sus nombres y el hecho de que eran lesbianas (algo que la policía había hecho muchas veces antes con personas gltb). Las dueñas de Boicot llamaron a Mónica Santino, como hubiera hecho casi cualquiera en esa situación. Santino, la histórica vicepresidenta de la CHA cuando obtuvieron la personería jurídica y una de las pocas activistas lesbianas públicas en esos años, se encargó de presionar a la policía para que no retuvieran a las lesbianas detenidas por más tiempo del que la ley permitía.

Eran años de “averiguación de antecedentes” y de edictos policiales en la ciudad de Buenos Aires, que recién fueron derogados en 1998, luego de un intenso trabajo militante. Los edictos habilitaban a la policía a acosar, extorsionar, detener y torturar a las personas gltb, funcionando como un sistema para-legal completamente inadmisible en una sociedad democrática: la policía los redactaba y promulgaba, ejecutaba los arrestos y luego dictaba las condenas, que se cumplían en las mismas comisarías. Nos paraban hasta por ir de la mano por la calle. Sí, todavía a mediados de los noventa, unos cuantos años después de la recuperación de la democracia. La peor parte la llevaban las travestis, que aparecían asesinadas con pasmosa regularidad. Las detenían por su mera existencia travesti, no importaba si solamente habían salido a la calle a comprar la comida para el almuerzo. Pero lesbianas y gays también éramos perseguidxs. La gente salía de los bares y boliches y cuando veía un patrullero cerca se soltaba de las manos, desarmaba los abrazos, interrumpía los besos.

Boicot no era un tugurio clandestino, los bares y boliches gltb no se anunciaban en la gran prensa pero cuando buscabas un poco en el ambiente los encontrabas con facilidad. La mayoría tenía puerta a la calle. Un mes antes de la razzia, en Boicot hubo un recital muy grande por el 8 de marzo. Una gran producción. En las tarjetas de invitación, que encontrabas por ejemplo en los bares gltb, anunciaban que habría muchas figuras invitadas, aunque no se daba el nombre de ninguna. Nadie era del todo clandestino, casi nadie era del todo visible. Hubo varias bandas y cantantes. Claudia Puyó fue la más potente. El ambiente era de fiesta y celebración, al entrar te daban rosas. El lugar estaba repleto. Así eran esos tiempos: un gran festival y al poco tiempo una razzia.

Bar Tasmania hoy

Así se ve hoy el lugar donde estaba el Bar Tasmania.

Una semana antes de la razzia, el 7, 8 y 9 de abril se había realizado el IV Encuentro de Lesbianas Feministas de América Latina y el Caribe. Un encuentro al que no fue tan fácil acceder. Otro evento que no fue del todo clandestino, pero tampoco del todo visible. En Tasmania había anuncios de que se haría un encuentro de lesbianas feministas, pero no se daban precisiones. Los carteles no decían ni dónde sería ni quién organizaba, no había un solo nombre. Había que mandar una carta a una casilla de correo –la era pre-internet, el cambio tecnológico fue sideral– y luego te darían indicaciones al responderte. Lógicamente, las que asistieron fueron básicamente las que ya estaban dentro de algunos espacios de militancia lésbica y feminista. Tanto era el celo por resguardar cierta “reserva”, que la remera recordatoria del encuentro, conservada por años por Sara Torres dentro de su valioso archivo personal, tenía un hermoso mapa de América Latina y el Caribe con unas figuras que se entrelazaban dibujadas en violeta, decía la fecha y “Argentina” pero no el lugar preciso donde se había realizado (fue en Chapadmalal, provincia de Buenos Aires).

Ese era el clima de época, el que hacía verosímil la amenaza policial de revelar datos a la prensa, una revelación que en esos años (y ahora todavía también, aunque prefiramos creer que no) podía tener consecuencias catastróficas en términos laborales o familiares. Durante todos los noventa hubo razzias y allanamientos en los lugares de reunión gltb: discos, pubs, bares, y lugares de levante como Costanera Sur y la Avenida Santa Fe. El informe que Carlos Jáuregui confeccionaba para Gays DC sobre violaciones a los derechos humanos consigna cientos de detenidxs para el período 1994-1996.

En ese contexto, buena parte del activismo gltb era dedicado al activismo antirrepresivo. Activistas como Carlos Jáuregui y Mónica Santino estaban siempre presentes recibiendo denuncias de la gente, llamando o yendo a comisarías. Lxs abogadxs Marcelo Feldman y Ángela Vanni, integrantes del servicio legal de Gays DC, dedicaban mucho de su tiempo y su capacidad profesional a atender llamados de personas gltb detenidas por la policía, acudiendo a cualquier hora del día y de la noche a sacar gente de las comisarías. Como parte de la reacción a la razzia en Boicot, en vez de dejarse intimidar, el Frente de Lesbianas de Buenos Aires inició una campaña de información sobre derechos entre las tortas repartiendo típicos volantes antirrepresivos, como los que repartían muchas otras organizaciones que no eran gltb: qué podía hacer la policía y qué no, qué podían exigir lxs detenidxs, cómo debían proceder en términos legales –remarcando la existencia de asistencia legal gratuita– y daban un teléfono de contacto.

En veinte años algunas cosas cambiaron mucho, otras no tanto. Boicot ya no existe. Tasmania tampoco. Pero los edictos policiales tampoco existen más, gracias al esfuerzo de decenas de militantes de distintos movimientos sociales que pudimos armar coaliciones amplias para lograr su derogación. Porque los edictos policiales afectaban a muchos sectores diferentes, algunos considerados más respetables por la sociedad y otros más despreciados, incluso por algunxs de lxs otrxs que eran afectadxs por los edictos. Todxs tuvimos que aprender a trabajar juntxs con todas esas diferencias para poder frenar el poder autoritario policial. Sin embargo, el avance nunca es lineal: luego de un proceso que se extendió durante años en el que se fueron derogando los códigos de faltas en todas las provincias, en años recientes en algunas provincias, como Córdoba, ya volvieron los códigos de faltas, sinónimos en la práctica de los edictos policiales. En muchas ciudades, como La Plata, la policía y lxs vecinxs actúan como si los edictos estuvieran vigentes. Tanto en la ciudad de Córdoba como en La Plata, lxs activistas gltb están re-editando alianzas amplias con los diversos sectores afectados por el autoritarismo policial. No es fácil, lxs compañerxs hoy siguen encontrando resistencias y prejuicios homolesbitransfóbicos incluso en espacios que se jactan de ser progresistas.

El avance policial y represivo y el reclamo de ciertos sectores sociales que lo apoyan, es parte de la reacción a las conquistas no sólo legales sino también sociales de estos años. Pero es también parte de lo que está agazapado, esperando el momento de tomar revancha. El movimiento gltb puede con razón celebrar sus triunfos, pero no puede desentenderse del activismo antirrepresivo. Seguimos estando en la mira.

*Este capítulo del libro, de la versión en castellano del libro, que se llamó Secreto a voces, puede consultarse en el archivo Potencia Tortillera http://potenciatortillera.blogspot.com.ar/1997/11/alejandra-sarda.html

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